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Hablemos De Existencialismo: Jean-Paul Sartre

El ser humano está condenado a la libertad. Puede parecer que hay una paradoja en esa afirmación. Condena y libertad. Dos palabras que representan concepciones distintas pero que explican la corriente existencialista. El existencialismo es una corriente filosófica y literaria orientada al análisis de la existencia humana. Hace énfasis en los principios de libertad y responsabilidad individual, los cuales han de ser analizados como fenómenos independientes de categorías abstractas, ya sean racionales, morales o religiosas.

Jean-Paul Sartre (1905-1980) es el más genuino representante del existencialismo francés y es considerado por muchos como el filósofo más importante del siglo XX. Sus escritos establecieron el tono de la vida intelectual durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Del existencialismo emergió entonces la voz de la angustia, la náusea, la desazón o la neurosis que nos rodea. En plena posguerra, el hombre aprendió a lidiar ante una existencia que arrastra la pesadumbre cotidiana y el desgaste diario.

La conferencia de Sartre, “El existencialismo es un humanismo”, dada en octubre de 1945 y transcrita en el mismo año, se tomó como un manifiesto para el movimiento existencialista. La transcripción de esta conferencia fue la única publicación que Sartre lamentó ver impresa. Una de las razones tanto de la popularidad del texto como de la molestia de Jean-Paul hacia éste, es la claridad con la que exhibe los principios fundamentales del pensamiento existencialista.

Jean-Paul Sartre

Fotografía de Jean-Paul Sartre, 1962.

Existencia-esencia

La afirmación “la existencia precede a la esencia” es considerada como la característica fundamental del existencialismo. Los seres humanos “están ahí”, arrojados en el mundo. Existen como realidades que carecen de una esencia predefinida; y en ese “estar ahí”, lo que lleguen a ser, dependerá exclusivamente de su modo de existir. Es decir, para Sartre, nuestra esencia lo que nos define, es lo que nosotros mismos construimos con nuestros actos.

Todo lo que el hombre hace en el mundo, todo lo que proyecta, todo lo que vive es decisión suya,
porque nada de esto está definido por un dios o fuerza superior determinante.

Pero en realidad, ¿nos hemos puesto a pensar todo lo que eso conlleva? Nosotros somos los responsables de nuestras decisiones tomadas y, por ende, somos responsables de las consecuencias que éstas traen para nosotros y para la humanidad. Pensar en esto me resulta asfixiante y doloroso pues me niego a creer que todo lo bueno o malo que me ha pasado ha sido por decisiones que nadie más que yo ha tomado. De esta idea es de donde se desprende otro de los grandes términos de Sartre: la angustia.

El miedo, la ansiedad, la culpabilidad y la conciencia, son elementos que permiten al ser humano dar cuenta de su estado de libertad, en tanto que cada decisión y consecuencia, al no estar definida por un ser superior, residen en la absoluta responsabilidad del sujeto. En otras palabras:

La angustia no es miedo a un objeto externo, sino a lo imprevisible de nuestra propia conducta.

Ante esto, pienso en la concepción sobre el destino que los griegos tenían. Todo estaba predeterminado, no tenían elección. Los griegos consideraban al destino como una fuerza superior no sólo a los hombres, sino incluso a los mismos dioses. Imagina que por más que te esfuerces por cambiar o alcanzar algo, todo esfuerzo resulta inútil porque tu vida está escrita con tinta indeleble por alguien más. En este caso, la angustia sartriana se presentaría a la inversa: por más decisiones que tomemos por cambiar nuestro rumbo, nada funcionaría. Y es así que nacería la impotencia, la angustia y un coraje frente a las fuerzas superiores que nos llevarían a la desmesura, misma que nos dirigiría a un trágico fin.

“La caída de Faetón” (1636-1638) por Jan Carel van Eyck.

La libertad 

Si la existencia precede a la esencia, el ser humano es libre e independiente. La libertad, por lo tanto, debe ser ejercida desde la responsabilidad individual. El sueño más deseado por el hombre ha sido acceder a una libertad sin límites, a una libertad absoluta. Gracias a la conciencia el hombre es libre de toda determinación. Sin embargo, al sumergirse en el mundo social se enfrenta con “el otro”, con individuos que tienen una libertad que no coincide con su libertad, y es aquí en donde empieza el conflicto.
 Frente al otro somos esclavos. La mirada del otro nos condena.

La sociedad con sus necesidades materiales y manías espirituales nos encasillan en sus posibilidades
y por lo tanto, no conseguimos ser sino como “el otro” nos ve.

Jean Paul Sartre dice que ante el otro, tenemos dos alternativas:
Tratar de actuar sobre la libertad del otro para poseerlo. 
Recobrar mi libertad sin eliminar la libertad del otro.

Tras esto, fijo mi mirada en cómo se cruzan las aguas de dos corrientes cronológicamente un tanto alejadas, pero con muchos puntos en común: el romanticismo y el existencialismo.

Recién hice una lectura sobre la historia social y política del romanticismo según Arnold Hausser. El filósofo menciona que el encuentro azaroso entre el personaje romántico y el amado es tan fuerte en diferencias que produce una disyuntiva en la esencia del que ama. Por lo consiguiente, existe una pérdida en el sentido de la vida pues toda la atención se centra en el ser deseado, y esto, automáticamente, conlleva a “la pérdida del yo”.

El amor romántico al igual que la consciencia de la otredad en el existencialismo, provoca la necesidad de actuar sobre la libertad del otro para poseerlo. Ante esto, Hausser diría que la operación del amor debería de ser 1+1=2 y no como lo plantea la filosofía romanticista, es decir 1+1= 1.

Por su parte, Sartre afirma que la realidad del amor no es un maravilloso respeto mutuo y una fusión de libertades, sino un conflicto, porque existe una necesidad de definirse a partir del otro, de transformarse de un sujeto a un objeto para ser una mera posesión. Es por esto que Jean-Paul junto con su pareja Simone de Beauvoir, tenían reflexiones que sostenían un pacto amoroso que los libraba del apego, de la tradición y de los manuales establecidos sobre las relaciones afectivas.

Ahora, no pretendo decir que nos deslindemos de todo adoctrinamiento, de todas las referencias existenciales, de los lenguajes, de los valores impuestos desde antaño por la sociedad o de cualquier cantidad de límites impuestos desde fuera de uno mismo. Digo y pienso que hay que cuestionarnos todas esas cosas para poder llegar a ser seres singulares… poder llegar a ser nosotros mismos


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