
Gustav Mahler: Un Filósofo De Notas Musicales
En el año 2010, cuando aún vivía en mi país natal: Venezuela, tuve la oportunidad de pertenecer a la Orquesta Sinfónica Nacional Infantil, compuesta por casi 150 músicos menores de 17 años provenientes de todos los estados del país. En ese entonces yo tenía 16 años y llevaba tocando la viola desde los 12. Mis cuatro años de experiencia no fueron suficientes para enfrentarme, en un primer ensayo, a la partitura más compleja que había visto en mi vida: la Primera Sinfonía “Titán” de Gustav Mahler.
Recuerdo que mi compañero de atril, un violista de mi edad que venía de la ciudad de Barquisimeto (donde se dice que nacen los mejores músicos de Venezuela), se sabía la pieza completa y a la perfección. Sin duda, ese fue uno de los momentos más vergonzosos de mi vida. En ese tiempo yo era una adolescente obsesionada con ser la mejor violista del mundo, pero Mahler me desarmó y al mismo tiempo me dejó muy conmovida.
Compositor y director de orquesta de origen austriaco, Gustav Mahler es considerado uno de los músicos más importantes del posromanticismo.

Mahler a los 32 años (1892). Fotografía de Autor desconocido.
Ante el gusto musical conservador del Imperio Austrohúngaro, Mahler se posicionó como un visionario que rompería las reglas de la música clásica a finales del siglo XIX y principios del XX.
Partituras con elementos muy diversos como fanfarrias, melodías populares y movimientos de larga duración, construyeron el repertorio de este compositor con un total de 9 sinfonías completas y varias canciones líricas basadas en cantos populares o poemas.
Nacido el 7 de julio de 1860, Mahler perteneció a una familia humilde proveniente de Kaliste, Bohemia, localidad que pertenecía al Imperio austriaco y ahora es de la República Checa. La familia Mahler formaba parte de una minoría germanoparlante y judía. Con este antecedente, se dice que Mahler desarrolló desde niño un constante sentimiento de exilio y no pertenencia.
“Soy apátrida por triplicado: nativo de Bohemia en Austria, austríaco entre los alemanes y judío en todo el mundo. Siempre un intruso, nunca bienvenido”.
Sin embargo, tras haber descubierto un piano en la casa de sus abuelos y empezar a tocarlo a los cuatro años de edad, el futuro compositor había encontrado un lugar al que pertenecer y del que no se iría nunca: la música.

Mahler a los cinco años (1865). Fotografía de Autor desconocido.
Siendo un niño prodigio en el piano, comenzó a tomar lecciones de música a los cinco años y ofreció su primer recital público a los 10. Con 15 años entró al Conservatorio de Viena y se especializó en composición y armonía.
No se tiene registro de sus primeras composiciones, ya que fueron destruidas por él mismo cuando no le gustaban. Después de graduarse en 1878, se inscribió en la Universidad de Viena a petición de su padre. Allí se instruyó en literatura y filosofía, lo cual tuvo una gran influencia en el desarrollo de su música tras leer autores como Schopenhauer, Nietzsche o Fechner.
Para el año 1880 Mahler había abandonado la universidad y había terminado una cantata dramática llamada La canción del lamento, esta fue su primera obra completa. En esta época también empezó a dirigir y llegó a ser titular de orquestas como la Ópera de la Corte de Viena, la Metropolitan Opera House y la Orquesta Filarmónica de Nueva York.
Como compositor se enfocó en la sinfonía y el lied (un tipo canción lírica de origen germánico), conjugando ambos géneros en varias de sus piezas. El mismo Mahler afirmaba que componer una sinfonía era “construir un mundo con todos los medios posibles”.
La mayoría de sus obras fueron compuestas en lugares retirados de la ciudad y cercanos a la naturaleza.
En 1893 compró una casa de retiro a orillas del lago Attersee en Austria. Posteriormente construyó una villa a las orillas del Wörthersee en Carintia, lugares a los que acudía cada verano para dedicarse a componer.

Primera casa de composición a orillas del lago Attersee (2002). Fotografía de Autor desconocido.

Segunda casa de composición a orillas del Wörthersee (2008). Fotografía de Autor desconocido.
Una sinfonía como un reflejo del mundo
Aunque el primer contacto que tuve con la música de Mahler no fue el más afortunado, por mi fracaso monumental en la lectura de su Primera Sinfonía, el proceso de aprendizaje e interpretación de esta pieza fue muy grato. Desde ese momento Mahler se convirtió en mi compositor favorito.
De él se decía que era obsesivo y perfeccionista hasta el cansancio. Un signo de esto podía verse en las notas en alemán que tenían nuestras partituras, donde indicaba lo que cada momento de la pieza debía expresar. Instrucciones precisas del autor sobre qué tan lento debía ser un adagio, o cuánta energía necesitaban ciertos pasajes de alto volumen.
La primera sinfonía fue escrita en 1888 como un poema sinfónico de cinco movimientos, donde los sentimientos y reflexiones de Mahler sobre el mundo se veían reflejados.
Después del fracaso de su estreno y muchos cambios a la partitura original, la sinfonía llamada “Titán” terminó en cuatro movimientos que construyen paisajes muy diversos. Desde un homenaje a la naturaleza en el primer movimiento, pasando por el ambiente de una taberna en el segundo, una marcha fúnebre en el tercero y una guerra entre el bien y el mal en el cuarto. Estas son las ideas que recuerdo haber escuchado a maestros y directores de mi orquesta, cuando nos tocaba reflexionar sobre lo que Mahler quiso comunicar con esta pieza.

Manuscrito de la primera sinfonía, preparado por Mahler para un concierto en Hamburgo en 1893. Fuente: Blog de Jason Weinberger
Para muchos críticos y espectadores de su época, la música de Mahler resultaba incomprensible y sin estructura. Un aparente desorden en el que era difícil encontrar alguna formalidad clásica.
Claramente sería extraño escuchar, en el siglo XIX, una sinfonía que comienza con un sonido muy tenue, casi inaudible, y que intenta evocar el sonido de un amanecer en el bosque. Mientras que un grupo de trompetas detrás del escenario tocan una fanfarria militar, generando un efecto de lejanía. Así inicia la Primera Sinfonía, como una imagen sonora de las mañanas que pasaba Mahler componiendo en su casa de retiro.
Fiel a la creencia de que una sinfonía debía ser como el mundo, Mahler supo aprovechar todo lo que le rodeaba como fuente de inspiración: cantos de pájaros y cencerros de vacas en el campo, melodías callejeras y danzas populares, problemas de la vida cotidiana y dilemas de la humanidad que para él era importante traducir.
Siendo heredero de compositores como Beethoven, Liszt y Brahms, supo profundizar en elementos del romanticismo tradicional y crear una música reconocible pero muy innovadora. Sus propias palabras lo resumen: “Imagine que todo el universo entero empieza a cantar y a resonar.”
La música y la muerte
En la familia Mahler nacieron catorce hijos de los cuales nueve fallecieron, por lo que Gustav se vio enfrentado a la muerte y la pérdida desde muy joven. No solo tuvo que ver a su madre enterrar a varios de sus hermanos a lo largo de su vida, también le tocó a él enterrar a su hija mayor que murió de escarlatina y difteria a los 5 años.
Por ello, no es casualidad que la ‘marcha fúnebre’ sea uno de los géneros musicales con mayor presencia en sus composiciones.
Un ejemplo de esto es el tercer movimiento de la Primera Sinfonía, que empieza con un solo de contrabajo y es una adaptación en tonalidad menor de la canción “Frère Jacques” (el famoso “Campanero” o “Martinillo”).
La forma más sencilla de entender la diferencia entre una tonalidad menor y una mayor es que la primera suele asociarse con melodías tristes, y la segunda con melodías alegres. Eso en un sentido muy básico, ya que en la teoría musical existen muchas variantes.
Digamos que lo que hizo Mahler fue transformar una melodía infantil de tonalidad mayor en una marcha fúnebre, triste y solemne (por la tonalidad menor y el uso del contrabajo, cuyo registro es muy grave y profundo) como una metáfora de su infancia siempre enfrentada a la muerte.
La pérdida de su hija significó la aparición inmediata de enfermedades. En 1907 fue diagnosticado de una lesión valvular que se transformó en endocarditis bacteriana. Una enfermedad del corazón que para la época era muy difícil de curar.
Durante el verano del siguiente año, se trasladó al último de sus estudios de composición en la región alpina de Tirol. Allí compuso La canción de la Tierra, una sinfonía que no quiso enumerar por miedo a la famosa “maldición de la novena sinfonía”. Una superstición según la cual se creía que todos los compositores después de Beethoven morirían al terminar su sinfonía número nueve, pues ya le había pasado a Franz Schubert, Antonín Dvořák y Anton Bruckner.
Años después se empeñó en trabajar la décima sinfonía, completando un Adagio inicial y esbozando cuatro movimientos que quedaron incompletos. Finalmente, el 18 de mayo de 1911 falleció en el sanatorio Löw de Viena, después de haberse sometido a giras y conciertos que agravaron su enfermedad.
Terco, incansable y apasionado, Gustav Mahler vivió de la música casi hasta el último respiro.

“Fotografía” (s/a) de Autor desconocido.
La música de este compositor nunca estuvo alejada de su historia y su vida personal. Su influencia filosófica, sus raíces judías, su relación con la naturaleza y las distintas etapas emocionales que atravesó se ven reflejadas en casi todas sus piezas. Su valoración en la historia fue lenta y se vio afectada por el auge del nazismo en Europa, pues se trataba de la obra artística de un judío.
Hoy en día es uno de los compositores más estudiados e interpretados en el mundo. Pero sobre todo, diría yo, es de esos músicos clásicos cuya obra es capaz de erizarte la piel y hacerte llorar sin ninguna explicación racional. Solo por sentir las vibraciones de su música en el cuerpo y evocar los sentimientos más profundos en las voces de un coro o en el trinar de una flauta.
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