
La Soledad En La Muerte De Cinco Poetas Latinoamericanos
“El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega a la muerte, acaba por negar a la vida”.
Octavio Paz
La vida artística es caótica, apasionada y extrema. Consecuencia de esto son las memorables obras en todas las ramas del arte. En el campo de la literatura, muchos poetas encontraron a la muerte como la única elección sensata cuando el dolor gana la partida, como un canto a lo desconocido y como sublimación a situaciones que marcaron sus vidas. Pareciera que para ellos arrojarse a vacíos y desaparecer, es una respuesta sublime al misterio de la vida.
La muerte fue, es y será un fragmento del ciclo vital. No hay vida sin muerte, y sin muerte no hay eternidad. Las historias de los escritores son tan frenéticas y fascinantes, que hoy dedicaremos este artículo para descifrar cómo es que alguien puede morir de poesía.
***
Rosario Castellanos (1925-1974)
Si abordar la vida de la poeta mexicana es complicado, hablar sobre su muerte lo es aún más por todo lo que significó para el mundo de las letras. Su muerte puede recordarse como un error, un accidente, o algo intencionado y es por eso que para algunos permanece como un misterio.
En los años 60′ y 70′, era normal despertar y ver el nombre de Rosario Castellanos junto a sus poemas publicados en los más importantes periódicos. La mañana del 8 de agosto de 1974, su nombre reapareció, pero esta vez no en compañía de sus versos, sino de palabras que narraban su silencio.
En la tarde del 7 de agosto, en Tel Aviv Israel, donde Rosario llevaba viviendo varios meses como embajadora de México, moriría electrocutada con una lámpara metálica cuando estaba a punto de entrar en la bañera. Algunas versiones indican que tomó el teléfono para contestar una llamada, y que al momento de encender la luz de la lámpara fue que se produjo la descarga eléctrica que le arrancaría la vida.
A raíz de esta hipótesis, surgieron varias preguntas: ¿Quién le marcaba? ¿Si alcanzó a contestar? ¿Quién fue la última persona que habló con ella?
Quisimos aprender la despedida
y rompimos la alianza
que juntaba al amigo con la amiga.
Y alzamos la distancia
entre las amistades divididas.
Para aprender a irnos, caminamos.
Fuimos dejando atrás las colinas, los valles,
los verdeantes prados.
miramos su hermosura
pero no nos quedamos.
(Poema “Los Adioses” de Rosario Castellanos.)
Gabriela Mistral (1889-1957)
La muerte de la gran poeta chilena y ganadora del Premio Nobel de Literatura, Gabriela Mistral, fue rápida en su desenlace final, pero se supuso lenta desde la gran tragedia de su vida: el suicidio de su hijo Yin Yin.
“Querida mamá:
Creo que mejor hago en abandonar las cosas como están. No he sabido vencer, espero que en otro mundo exista más felicidad.
Cariñosamente tu Yin Yin.
Un abrazo a Palma.”
La muerte de su hijo supuso para Mistral el primer paso para pensar que el único camino que le quedaba era la muerte. Nunca, ni siquiera dos años después de que ganó el Premio Nobel de Literatura, pudo reponerse de esa gran pérdida. Para ella la muerte de Yin fue un descenso al infierno de la locura y su vuelta a la tierra, sólo fue a medias.
Sin embargo, poco tiempo después del triste suceso, conoció a la joven escritora Doris Dana. En ella, Gabriela encontró lo que durante toda su vida había desconocido: la sensación de amar y sentirse amada. Su relación con Dana duraría desde 1946 hasta el día de la muerte de Gabriela en enero de 1957. No obstante, debido al trabajo de ambas, Doris y Gabriela vivieron gran parte de su relación a distancia, misma que resultaba dolorosa para ambas escritoras.
En 1956, Gabriela fue diagnosticada con cáncer de páncreas. Consciente de que su compañera pronto ya no estaría con ella, Doris registró sus conversaciones con Gabriela y con los amigos que llegaban a visitarla. Esas grabaciones muestran el universo afectivo de una mujer que vivía en permanente tensión con sus demonios internos y cuya sensibilidad y ambición la convirtieron en una de las más grandes de la época.
Finalmente, el 2 de enero de 1957, Gabriela sería internada en el Hospital de Hempstead, Nueva York. El de 10 de enero de 1957, a las 04:18 horas, fallecería la gran poeta a los 67 años.
Ha venido el cansancio infinito
a clavarse en mis ojos, al fin:
el cansancio del día que muere
y el del alba que debe venir;
¡el cansancio del cielo de estaño
y el cansancio del cielo de añil!Ahora suelto la mártir sandalia
y las trenzas pidiendo dormir.
Y perdida en la noche, levanto
el clamor aprendido deTi:
¡Padre Nuestro, que estás en los cielos,
por qué te has olvidado de mí!
(Fragmentos del “Nocturno” de Gabriela Mistral)
Alfonsina Storni (1892-1938)
Sin duda, la muerte de la poeta argentina Alfonsina Storni es una de las más trágicas y poéticas de la historia. El suicidio de su amante y amigo Horacio Quiroga en 1936 y el del escritor Leopoldo Lugones, con quien tenía una estrecha relación de amistad, presupusieron para Storni una estocada más a su corazón que había sido abrumado por una profunda tristeza a lo largo de toda su vida.
Fue así que durante la madrugada del 25 de octubre de 1938, pocos días después de haber sido sometida a una intervención quirúrgica para intentar erradicar su avanzado cáncer de mamá, Alfonsina se dirigió hacia la playa y se arrojó al mar hasta que el agua inundó sus pulmones y las olas le cortaron la respiración.
El cadáver de la poeta, humedecido por el mar de octubre, fue encontrado en la orilla, cubierto de arena y azul por el frío.
Quisiera esta tarde divina de octubre
pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar.
Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera,
como una romana, para concordar
con las grandes olas, y las rocas muertas
y las anchas playas que ciñen el mar.
Con el paso lento, y los ojos fríos
y la boca muda, dejarme llevar;
ver cómo se rompen las olas azules
contra los granitos y no parpadear;
ver cómo las aves rapaces se comen
los peces pequeños y no despertar;
pensar que pudieran las frágiles barcas
hundirse en las aguas y no suspirar;
ver que se adelanta, la garganta al aire,
el hombre más bello, no desear amar…
Perder la mirada, distraídamente,
perderla y que nunca la vuelva a encontrar:
y, figura erguida, entre cielo y playa,
sentirme el olvido perenne del mar.
(Poema “Dolor”, de Alfonsina Storni.)
Manuel Acuña (1849-1873)
La poesía, el amor contrariado y el suicidio, son trágicos y viejos conocidos. Veinticuatro años, tan sólo veinticuatro años tenía el máximo exponente del romanticismo mexicano cuando en 1873, decidió ingerir altas dosis de cianuro de potasio en su habitación de la antigua Escuela de Medicina, donde se entregó a la muerte.
Existen varias teorías acerca de qué fue lo que motivó al poeta a terminar con su vida. La más sonada es aquella en la que se dice que Manuel Acuña estaba enamorado de Rosario de la Peña y Llerena, quien fuera musa de otros poetas de la época y que lo rechazó después de que le declamara un poema en un teatro frente a un amplio público declarándole su amor.
Sin embargo, tiempo después en una entrevista, Rosario declararía lo siguiente:
“Es verdad que Acuña me dedicó su ‘Nocturno’ al matarse. Es verdad que conservo el original de esa composición como un tesoro inapreciable, pero es verdad que ese ‘Nocturno’ ha sido un pretexto nada más, y nada más que un pretexto de Acuña para justificar su muerte; uno de tantos caprichos que tienen al final de su vida algunos artistas…”
Y es verdad. Rosario no fue la única en el corazón y la mente del escritor. El alma de Acuña se había fracturado desde años antes a causa de otras mujeres. Y es precisamente ese dolor el que encontramos en sus letras tan pasionalmente, mismo con el que podemos identificarnos cuando nuestro corazón y alma están por quebrarse.
I
¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.
II
Yo quiero que tu sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
que ya no sé ni dónde
se alzaba el porvenir.
[…]
IV
Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.V
A veces pienso en darte
mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y hundirte en mi pasión
mas si es en vano todo
y el alma no te olvida,
¿Qué quieres tú que yo haga,
pedazo de mi vida?
¿Qué quieres tu que yo haga
con este corazón?
[…]
X
Esa era mi esperanza…
mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡Adiós por la vez última,
amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores;
mi lira de poeta,
mi juventud, adiós!(Fragmentos del “Nocturno a Rosario” de Manuel Acuña.)
Alejandra Pizarnik (1936-1972)
Sí, pareciera que el suicidio se considera algo así como un mal de oficio cuando de poetas se trata. Me atrevo a decir que para mí no existe poesía más hiriente y revolucionaria que la de Alejandra Pizarnik. Pizarnik vivía en una sociedad de la que siempre se sintió excluida. Ella se refugiaba en las palabras y construía en la vida real su propio personaje. Pero en el otoño de 1972, a sus 36 años víctima de la depresión, decidió que las palabras no eran suficientes y sus fantasmas interiores se apoderaron de ella.
Los bosques nocturnos, las praderas sombrías y los mares en calma sobre los que escribía, no fueron escenarios suficientes para que Alejandra decidiera quedarse en este mundo. Cuando sintió que la locura empezaba a quebrantar sus versos, cuando presintió que la ansiedad y la tristeza la desgarraban y la dejaban a la intemperie, Alejandra decidió ingresar en un hospital psiquiátrico donde la diagnosticaron con un cuadro agudo de depresión y donde estuvo durante varios meses.
El 22 de septiembre de 1972, Alejandra pidió permiso para salir del hospital. Tres días después, en su casa, descubrió que la noche ya no tenía ese sentido acogedor que la abrigaba. Fue así que la madrugada del 25 de septiembre, tomó 50 barbitúricos que detuvieron su corazón.
Cuando encontraron su cuerpo, encontraron escrito en su pizarra:
“No quiero ir,
nada más
que hasta el fondo.”
A continuación les presento unas estrofas de su poema “El despertar”. Se dice que a quien le habla en los siguientes versos, es a uno de sus psiquiatras:
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis deliriosQué haré con el miedo
Qué haré con el miedoYa no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos[…]
¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?
¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igualPero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tardeLa jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzasSeñor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo
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