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Luis Filcer: El Pintor De La Cruda Cotidianidad Humana

Si hubiera una frase que resumiera con fidelidad la obra de Luis Filcer, esa sería la del poeta romano Publio Terencio: “Nada humano me es ajeno”.

Y es que la obra de Filcer está construida a partir de todas las aristas del ser humano, tanto sus virtudes y sus bellezas, como sus vicios y miserias. Filcer fue un hombre con una sensibilidad extraordinaria que, sumada con la historia de su vida, sobre todo de sus primeros años, le dotaron de un sentido: cambiar la sociedad a través del arte.

Como el gran exponente del expresionismo que es, su obra retrata, con trazos firmes y dinámicos y usando colores fuertes y vivos, lo que su experiencia de vida le permitió conocer. La realidad humana más cruda y fiel expresada a través del pincel de un maestro de la pintura mexicana.

Coleccion Milenio Arte

Autorretrato de Luis Filcer. Óleo sobre tela.

La vida turbulenta de un joven artista

Luis Filcer nació al punto de terminar el año 1927, un 4 de diciembre, en Ucrania. A los pocos meses de su nacimiento, su familia se vio forzada, como muchas familias judías, a emigrar, puesto que en muchos países aledaños se les perseguía cruelmente debido al antisemitismo inherente a la Revolución Rusa.

Si bien es cierto que Filcer era muy pequeño para recordarlo, no sería justo ni sensato restarle importancia a este hecho: Luis y su familia fueron desplazados. Nacer y crecer en condiciones de violencia y de persecución es un asunto serio y atemorizante.

Solo quienes lo han vivido pueden dar fe de lo irracional, insensible y decadente que puede ser la especie humana. Pues no hay mayor perturbación a la paz y a la dignidad que el no poder vivir plena y tranquilamente en tu propio hogar. No obstante, la familia de Luis encontraría un nuevo sitio al cual poder llamar hogar. Fueron recibidos en la Ciudad de México, donde Filcer viviría desde aproximadamente los seis meses de edad.

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Los Asombros de un Testigo de Luis Filcer.

Una vez asentados en el barrio de La Lagunilla, construirían su vida con naturalidad, como cualquier otra familia capitalina. Desde edad temprana, Luis se vio interesado por el dibujo mucho más que cualquier niño, siendo no solo un pasatiempo, sino una primicia de lo que sería su vocación de vida. Esto contrastaba fuertemente con su poco interés por los estudios de la escuela obligatoria. Pues el corazón de Luis estaba más orientado a lo sensible que a las cuentas o las oraciones.

Sensibilidad: una cuestión de perspectiva

Elías Filcer, su padre, quien dominaba solo algunas nociones básicas del idioma español, se dedicó a vender ropa en el mercado de La Lagunilla, y Luis tuvo que ayudar desde niño con el negocio familiar para poder llevar el pan a la mesa. Vivió como un habitante más del barrio de La Lagunilla, pudiendo vivir de primera mano las bondades y los males del lugar.

El propio Luis, ya de adulto, recordaría aquella vez en que, a los cuatro años, observó a un hombre ebrio salir de una pulquería, tambaleante y decadente. Él recuerda haberlo experimentado con muchas emociones, sobre todo porque fue un evento que lo marcaría el resto de su vida.

No solo fue una escena atemorizante, sino que también sintió una profunda tristeza por el hombre.

Esta experiencia durante su niñez y su juventud, comenzaron a forjar al artista de la luz y la oscuridad humana. Pues fue ahí donde conoció la miseria de sus vecinos vendedores, de la gente que debía de trabajar en su vejez para poder sobrevivir un día más con alimento en sus hogares; de los campesinos que iban a vender sus cosechas a precios muy bajos para poder competir en el mercado; de los pescadores que desde muy temprano llevaban su mercancía fresca y cuyo valor al cambio, era apenas lo suficiente para que valiera la pena la fatiga y el cansancio de su oficio; de los obreros que llegaban agotados a sus hogares en el barrio popular después de jornadas duras de explotación y de desvelos.

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Campesinas de Luis Filcer. Obra de acrílico sobre papel.

Pero también conoció y vivió de primera mano la codicia de las personas adineradas, la falta de compasión y de empatía de quienes, viéndose en una mejor posición social y económica, regateaban los precios de las mercancías que ofrecían los vendedores y la propia familia de Luis.

La humanidad que retrataba con fidelidad el pincel de Filcer no es pura oscuridad; también es la dignidad de quien se esfuerza día con día por mejorar su condición y la de su familia, el valor y la esperanza de quien pone su alma y su corazón en el trabajo honesto para mejorar el mundo y transformarlo en un lugar mejor. Tal y como el propio Luis hizo con su arte, inspirado y convidado a ello por nada más que su asombroso talento y su admirable sensibilidad.

La importancia de la experiencia 

Tal y como el propio Luis Filcer consideraba, el arte es capaz de transformar a la sociedad. El arte visibiliza, expresa y transforma el mundo a través de los ojos de quien se atreve a crearlo. Por ello es que el arte se vuelve necesario más que nunca en los países que padecen de males como la violencia, la segregación, la pobreza y el olvido.

La obra de Filcer es la bandera de quienes no han participado del arte canónico. Sus representaciones de personas usando el Metro de la ciudad, o de campesinos y obreros que trabajan jornadas aplastantes son la visibilización de sus realidades. De la realidad que el propio Filcer compartió durante muchos años con ellos. La melancolía del hombre embriagado con pulque es la misma melancolía que la de la mujer desplazada que añora su país de origen. El hartazgo del minero, del pescador, y del asalariado es el mismo que el del obrero, quienes desean y temen a un Dios que no llega nunca, y vuelcan sus esperanzas y sus sueños en el fondo de un pocillo de pulque curado.

Imagen 1 de 6 de Luis Filcer - Grabado - S/t. La Bajada Del Metro.

Grabado de Luis Filcer donde retrata a unas personas saliendo del Metro.

El fuego y la furia en los trazos de Luis no son un espejo de la realidad, tal y como aseguraban los antiguos griegos sobre los pintores y sus obras . No es la mímesis lo que da sentido a las pinturas de Luis, sino la experiencia misma. Sus pinturas no reflejan la realidad, sino que la manifiestan a cada momento. Es una obra viva que respira y que sangra cotidianamente las pasiones de lo humano. Las pasiones de sus personajes, que son las mismas pasiones del propio pintor, y también de quienes las miramos expuestas sobre las paredes de los museos. Son las experiencias de vida de Luis lo que hace que su obra sea auténtica. Luis no copiaba aquello que veía, sino que expresaba lo que vivía.

Un artista que brilla con luz propia

Si bien es cierto que la mayoría de las biografías sobre Luis Filcer hacen manifiesta su admiración por otros grandes pintores como Vincent Van Gogh, Edvard Munch, Rembrandt o Francisco de Goya, estos nombres no deben de opacar al talentoso pintor del expresionismo mexicano. 

Tal y como se ha dicho antes, la obra de Luis es una bandera, una obra que habita, se sacude y transpira en muchos de los hogares mexicanos; porque ahí dondequiera que las pasiones humanas, tanto las bellas como las atroces, sean manifiestas, Luis hubiese encontrado su lienzo y su trinchera.

La cruda cotidianidad humana está ahí para recordarnos que, tal y como lo fue para Luis Filcer, nada humano ha de sernos ajeno.


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