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Un Día A La Vez: La Importancia De La Terapia Psicológica.

Hace unas semanas me mandaron por Whatsapp un meme que comparaba el pagar 100 dólares por una hora de terapia psicológica con simplemente ver la serie Avatar, la leyenda de Aang. El meme daba a entender, de una manera divertida e irónica, que si tienes la posibilidad de ver una serie como Avatar en Netflix, debido a su valor filosófico, ¿qué sentido tiene gastar dinero en un terapeuta?

Sé bien que la cultura del meme ha sido una forma divertida, y muchas veces inteligente, de entender nuestra realidad. Sin embargo, confieso que este meme me hizo sentir ofendida. Soy fan de Avatar, la puedo ver mil veces sin cansarme. Pero también soy alguien que paga por ir a terapia una vez a la semana, y para quien este proceso ha sido muy (MUY) necesario. 

Con esto no busco criticar cómo la cultura del meme, a veces, quita importancia a cosas dolorosas o significativas para muchas personas, aunque claramente esto es cuestionable. Pero mi punto aquí es que muchas veces no logramos dimensionar la importancia de la terapia psicológica y la salud mental para todas las personas. Y cuando digo todas, lo digo en serio. 

Algo que he confirmado en 27 años de vida es que la mayoría de las personas, si no es que todas, estamos muy heridas. 

Privilegiadas o no, con familias disfuncionales o no, en contextos diferentes y de cualquier generación, todas/os tenemos heridas y miedos muy profundos. Todas/os cargamos con algún patrón de conducta (familiar, cultural, ancestral… como quieran llamarlo) que nos cuesta observar o entender; y que muchas veces nos afecta en relaciones personales o sociales. 

Imagen de la película Helen (2008). Dirigida por Sandra Nettelbeck.

Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), se calcula que el 25% de las personas a nivel mundial padecen uno o más trastornos mentales a lo largo de su vida. Más de 350 millones de personas de todas las edades sufren depresión y en América Latina, el 60% de las personas que necesitan atención por este trastorno no la reciben.

“El porcentaje del presupuesto sanitario destinado a salud mental en la región es inferior al 2% y de este, el 67% se gasta en los hospitales psiquiátricos.”, aseguran datos de la OPS. Aunado a esto, particularmente en América Latina, vivimos en un contexto de mucha discriminación y violencia que, por supuesto, nos afecta. 

Estamos inmersos en una cultura patriarcal, capitalista, homofóbica, misógina, racista, clasista… y en un sistema de creencias que nos vive exigiendo estabilidad emocional y financiera, belleza física, éxito laboral, buenas calificaciones, capacidad para socializar, ser extrovertidos, tener grandes logros, un título universitario y un infinito etcétera. ¿Cómo no vamos a estar ansiosos e inestables si tenemos tanto que cumplir? 

Además, pareciera que todo se trata de llenar vacíos exteriores; y muy poco, de lo que está sucediendo en nuestro interior.

Imagen de la película Melancolía (2011). Dirigida por Lars Von Trier.

La primera vez que asistí a terapia fue a los 6 o 7 años. Tenía problemas de estreñimiento y los médicos le recomendaron a mi madre que me llevara con el psicólogo como un tratamiento adicional. Asistí a psiquiatría infantil hasta los 10 años, pero mi mamá ya no podía llevarme a todas las consultas, porque necesitaba trabajar. A los 14 regresé, tenía episodios de tristeza recurrentes y problemas de autoestima. En la primera cita, la psicóloga me remitió directamente a psiquiatría (otra vez) y solo fui a dos o tres sesiones. 

Según el diagnóstico del psiquiatra, yo tenía indicios de distimia (trastorno depresivo persistente). Un tipo de depresión leve, pero continua y crónica, aunque menos intensa que la depresión mayor. Todo parecía muy lógico y esclarecedor, hasta que el doctor me indicó que, si la terapia no mostraba avances, probablemente necesitaría tomar medicamentos. No volví. 

Me asusté tanto que sentí escalofríos de solo pensar que estaba “loca”. Dejé a mi madre plantada en varias consultas, y ella se cansó de esperar a que yo aceptara que necesitaba ayuda. 

Más allá de lo drásticos que pueden ser algunos psiquiatras al diagnosticar, una realidad que nos rebasa como sociedad es que le tenemos miedo a cualquier cosa que nos indique un problema psicológico. Hemos llevado la estigmatización de la salud mental y la terapia tan lejos, que seguimos pensando que solo personas muy trastornadas e infelices la necesitan. Y no, muchas veces la persona más sonriente y positiva que tenemos cerca resulta que está librando una gran batalla por dentro.

Imagen de la película Las Horas (2002). Dirigida por Stephen Daldry. En esta escena, el personaje de Laura Brown, interpretado por Julianne Moore, se está despidiendo de su hijo antes de intentar suicidarse.

Al contrario de los mitos que existen alrededor de la salud mental, no todas las personas que necesitan ayuda psicológica son tristes y sombrías. Conozco gente muy optimista y luminosa que, por ejemplo, son intolerantes al fracaso y a la frustración, tienen graves problemas de comunicación, o no saben qué hacer ante una situación de conflicto. Esos también son signos que indican la necesidad de atención psicológica. 

Hace poco descubrí (en terapia) que cuando alguien me pregunta “¿cómo estás?”, yo tengo la costumbre de decir que todo bien, aunque tenga los ojos hinchados por haber llorado la noche anterior antes de irme a dormir. Descubrí que tengo miedo de alejar a las personas por mi inestabilidad emocional, y por eso no puedo comunicar lo que siento realmente. No dudo que así andemos muchas/os por la vida. 

En la mayoría de los casos, la discriminación que viven las personas con algún padecimiento mental o neurodivergencia puede llevarlas a no solicitar ayuda. 

Muchas reciben atención cuando los trastornos se desarrollan de manera grave y producen dificultades sociales, familiares, afectivas o emocionales. Esto puede ir desde problemas para comunicarse, inestabilidad en las emociones, cambios en la conducta hasta intentos de suicidio. 

Imagen de la película Las ventajas de ser invisible (2012). Dirigida por Stephen Chbosky.

Más allá de las condiciones patológicas, que suelen requerir tratamientos más complejos y específicos, la terapia psicológica es algo que (estoy segura) necesita todo ser humano. Ir a terapia es una posibilidad de encontrar soluciones sanas y acompañadas a problemas que nos atrapan. Un camino para aprender a gestionar mejor nuestros pensamientos y emociones, y también para descubrir el porqué de muchas cosas que creíamos normales, pero que en realidad nos hacen daño. 

La salud mental es tan importante como la física. Normalmente, si tenemos un malestar o aflicción en el cuerpo, asistimos de manera inmediata al médico. Pero cuando lo que duele son las emociones, lo dejamos pasar. Hablamos con una amiga, un familiar o nuestra pareja y creemos que ahí queda, pero dejamos a un lado lo que esto implica de manera permanente para nuestra salud mental. 

Según investigadores de la Facultad de Psicología de la UNAM, la atención a la salud mental ya no puede reducirse únicamente a los problemas y/o traumas de la persona adulta. 

Es necesario desarrollar mecanismos de prevención cada vez más efectivos y no solo desde la infancia o la adolescencia, sino también desde el núcleo familiar y el contexto social.

Imagen de la película Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004). Dirigida por Michel Gondry.

Estos mecanismos de atención y prevención también se nutren de otras disciplinas más allá de la psicología. El arte, por ejemplo, ha sido una alternativa de expresión y canalización emocional para personas que requieren de ayuda psicológica. No podemos negar que muchas/os aguantamos los estragos psicológicos de la pandemia, gracias a algo relacionado con el arte. Desde ver una película, leer un libro, aprender a tocar un instrumento, o incluso ponernos a bailar en nuestra casa. 

Para nada digo que esto sea la solución a todos los problemas relacionados a la salud mental. La diversidad de casos, necesidades y contextos es enorme. Pero algo que he entendido en mis distintos procesos de terapia, es que el cuidado de la salud mental es un trabajo de por vida. No es que empieces y después de un tiempo “te arreglas” y vives una vida feliz. Es un ir y venir, un proceso muy lento y nada lineal. 

Vas tejiendo punto por punto una red para sostenerte, vas colocando cada una de las piezas de un rompecabezas que no se acaba.

Actualmente, mis episodios depresivos y problemas de autoestima persisten. Podría decir que ahora pesan un poquito menos. Cuando tenía 25 tomé la decisión de iniciar un nuevo proceso de terapia y, gracias a eso, pude terminar una relación de 5 años donde ya no quería estar. Dejé de ir a terapia por saturarme de trabajo (otro problema que atender) y hasta hace un mes comencé de nuevo, con otra psicóloga y en una nueva ciudad. Recuerdo que, en la segunda sesión, ella me dijo: “Haya o no haya distimia, ahorita hay varias cosas que trabajar. Vamos a empezar con eso, poco a poco”. Y lo entendí todo. 

Hoy en día estoy convencida de que seguir intentándolo es mi mejor opción, a pesar del miedo. Ese que llega cuando te ves a ti misma de frente y sin filtros, cuando ya no queda otro camino más que abrazarte y confiar en que todo va a mejorar así: un día a la vez. 


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