
Podcast | ¿Por Qué Hoy Guadalupe?
Hay muchos enigmas detrás del milagro de la Virgen de Guadalupe. Su estudio nos ayuda a comprender lo que significó en su tiempo y cómo podemos entenderlo actualmente. Escucha nuestra nueva historia.
¿Por qué hablar de la Virgen de Guadalupe? ¿Por qué ahora o por qué siempre? Obviamente, esta respuesta es distinta según el tema del que se trate: por un lado, la fe, los creyentes, la Iglesia, su postura, pero, otro lado, el que quiero narrarles, es el histórico, y es que Guadalupe no sólo tiene un espacio reservado en el corazón de los mexicanos católicos: su presencia, significado, su fuerza y dulzura… su enigma completo merece una atención especial.
Guadalupe, lo que fue y es, me explica México desde su origen.
Comprender su mensaje y símbolos revela el corazón de los indígenas y la profunda necesidad que sentían de permanecer vinculados con su pasado y poder transitar protegidos a su nuevo presente.
1521. La lucha de la Conquista, la que hicieron Cortés y los primeros españoles… la que llevó a la caída de Tenochtitlán, había terminado. Pero en una fase primera, la externa, la que somete y declara vencedores y vencidos. Pero, y ¿la interna? ¿cómo y cuándo se conquista una fe y se integra otra? Siglos creyendo, como verdades absolutas, una cosmogonía específica -es decir, un sistema ideológico, con mitos que daban respuesta al origen de su universo, de la vida humana misma y su relación con el todo- no podía dejarse de la noche a la mañana por la explicación de la existencia de un nuevo Dios.
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“Aparición de la Virgen de Guadalupe en la Tilma de Juan Diego” (s/a) de Autor Desconocido.
Las formas en una conquista se pueden imponer, pero la fe, aunque se habiten nuevos rituales, crece y se hace propia cuando pasa el tiempo, cuando se cuestiona -decía Kierkegard, filósofo, teólogo danes… el poeta del cristianismo- pero, sobre todo, cuando se siente, se comprende -y desde ahí se practica-.
En ese tránsito, los símbolos y los significados de los mundos que se encuentran necesitan comulgar desde sus periferias para fusionarse, de una a otra creencia se requieren troncos que se tiendan como puentes uniendo una orilla con la otra. Lazos, vínculos; muerte y resurgimiento.
La fe no hace nido en el corazón de un creyente, hasta que ocupa un sentido personal y un cobijo colectivo. Por algo, la madre Teresa de Calcuta decía: “Mi fe es fuerte, porque la he dudado”.
La iglesia católica y Guadalupe
La Virgen de Guadalupe estuvo expuesta a dudas y cuestionamientos. La Iglesia Católica, ha establecido, casi desde sus inicios, parámetros muy estrictos y específicos para determinar cuando un evento o fenómeno es o no un “milagro”. La aparición de la Virgen de Guadalupe no fue la excepción. De hecho, alrededor de ella y de sus misterios existe la polémica entre los “aparicionistas” -es decir, los que sustentan como un hecho absoluto y real la aparición de la virgen en el cerro del Tepeyac-, y los “anti-aparicionistas” -claramente, los que no lo creen-.
Pero esta polémica no es un tema actual o de moda, al contrario tiene su origen desde el propio siglo XVI, es decir, el mismo siglo de la Conquista y de la aparición de la Virgen. Al periodo venidero se le conoce como “El Siglo del Silencio” ¿Por qué? Porque no se habían encontrado fuentes confirmadas escritas por sacerdotes españoles o autoridades de la Iglesia de aquel tiempo que narraran los hechos Guadalupanos.

“Santa María de Guadalupe” (s/a) del pintor mexicano Jorge Sánchez Hernández.
Así es, las narración de la Virgen de Guadalupe está en una sola fuente y es de mano indígena: Antonio Valeriano, un hombre y sabio indígena nahua, que llegó a gobernar la porción indígena de México-Tenochtitlán por diez años, pero antes de esto estudió en el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco. Educado por los franciscanos, el propio Bernardino de Sahagún (fraile principal, erudito y autor de La Historia General de las Cosas de la Nueva España) se expresaría de él como “el más sabio y principal de mis estudiantes”.
El Nican Mopohua
Valeriano nació en 1522 y se le atribuye el Nican Mopohua, manuscrito que narra los hechos, formas y detalles de las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Su traducción del náhuatl literal es: “Aquí se cuenta o Aquí se narra”. Hoy queda una porción de este manuscrito de 1556, resguardada desde 1880 en la Biblioteca de Nueva York, y una copia completa en el Centro de Estudios de Historia de México Carso.
Antonio Valeriano, no sólo era el alumno predilecto de Sahagún, sino también su informante del mundo indígena. Aún estaban en él las narraciones de “los abuelos tradición”, la raíz de sus creencias y el sentido de sus formas de vida y rituales. El universo del antiguo México se develó para los ojos del fraile desde su voz. Y fue él, Antonio Valeriano, quien escuchó directamente de Juan Diego Cuautlatuatzin lo que vivió en el Tepeyac. Y ambos sabían también, que ese cerro, no era cualquiera, era el Cerro Nariz, una de las casas de la Coatlicue (la madre de Huitziloipochtli, conocida también como Tonantzin “nuestra madre venerada”).
No es casual que las palabras, tonos y sutilezas de la narración de Valeriano tengan formas muy peculiares, diminutivos y adjetivos propios de las narraciones y rezos náhuas, por ejemplo:
“.. hijito mío, el más amado, el más pequeño de todos. Mañana de nuevo vendrás aquí para que lleves al Gran Sacerdote la prueba, la señal que te pide. Con eso enseguida te creerá, y ya para nada desconfiará de ti”.
¿Gran sacerdote?
¿Mi hijito bien amado? Las formas de una fe y de la otra se mezclan. La narración sigue: Juan Diego se esconde, y la Señora lo encuentra, el indígena está preocupado por su tío que se encuentra grave y la Virgen lo cura; Juan Diego la obedece, recoge las flores que le pide, y las lleva al Obispo –Al “gran sacerdote”-; por supuesto, al indio no le creen, lo hacen esperar, lo reciben por insistencia más que por duda o si quiera curiosidad.
Son las 12 del medio día, cuando Juan Diego solamente hace lo que la virgen le dijo: se desata la tilma, su ayate, de tela burda de hilos de agave, las flores caen al suelo y los sacerdotes están de rodillas. El Nican Mopohua detalla la imagen plasmada en la tela del indígena. La Virgen pedía una casa, un templo… ahí en las faldas del Cerro del Tepeyac.
En la actualidad año con año se reportan millones de peregrinos que visitan cada 12 de diciembre la Basílica de Guadalupe.
Su imagen protege lo mismo las casas, que los ranchos o fábricas de este país; “los mexicanos somos más Guadalupanos que cristianos” -se oye decir de manera cotidiana-, y esto sin importar al final la fe que cada uno profese.
En el detalle de la narración misma de Valeriano comienzan muchas de estas respuestas que nos explican por qué. La Virgen de Guadalupe, -que se había aparecido siglos atrás en España, conocida como la “extremeña”, que se mostraba en tiempos apocalípticos, es decir tiempos de revelación, de final y por tanto de principio- ahora se anunciaba en tierras indígenas dando su mandato y petición a un fraile, al obispo, pero su amor a un indio. Juan Diego, no era tampoco un jovencito despistado de la comunidad, era un hombre que cargaba en su nombre náhuatl, Cuautlatuatzin, el del vidente (el que habla como Águila).
La Virgen de Guadalupe tiene profundos y diferentes significados para los españoles y para los nativos. Los símbolos de la Señora-Tonantzin-Guadalupe eran muchos para pasar desapercibidos por los antiguos mexicanos, ellos entendían la vida a través de códices y señales, es decir lecturas específicas de los símbolos impresos en la imagen de Guadalupe, y a éstos se sumaron los hechos de su aparición: a quién se había mostrado, en dónde, cómo estaba ataviada, qué dibujos se plasmaron en su vientre (las flores no eran flores y nada más), sus manos tenían un sentido y su manto y su cabello suelto.
Los indígenas desde tiempo atrás esperaban un final de los tiempos, sus lecturas de los astros, las palabras de los chamanes y la voz de los abuelos hablaban de un cambio de orden, donde los dioses dejarían de recibir sangre, los gobernantes serían derrocados y no sabían si la luna y las aguas y la vida seguirían; no era nada más el regreso de Quetzalcóatl, como se ha narrado, sino la llegada de un tiempo desconocido que traería el llamado “Nahui Ollin”, el quinto movimiento del sol, no sabían cómo sería, pero vendría.
El mundo mesoamericano conocido, cambió para siempre con la Conquista, los españoles trajeron su nuevo orden, impuesto, fueron cediendo a lo que se les decía, pero en la mentalidad indígena y en la explicación de la vida como sagrada, unida, cíclica, así como perfecta no cabía dentro de esta imposición.
Y no fue suya hasta que se lograron fusionar sus creencias.
Cada una tomó su sitio, para ellos no eran indistintas, ni una permitida y la otra prohibida, eran la misma; esa evolución era fácil para ellos porque su mundo era álmico y arquetípico. Toda esta filosofía y presuposiciones toman fuerza y sustento cuando en 1534 se registra la mayor conversión indígena al catolicismo de la historia ¿por qué y más aún, por qué fue voluntaria?
Los símbolos en el ayate le hablaron a los indígenas y mestizos antes que a nadie. Tuvieron que pasar muchos años hasta que el Padre Escalada, descubriera un escrito del propio Bernardino de Sahagún que contaba su versión de los hechos: el Códice Escalada, también llamado el de 1548. La iglesia católica ha hecho cinco investigaciones diferentes desde 1623 hasta 1991 en búsqueda y confirmación del origen de los materiales, resistencia y característica del manto de Guadalupe.
¿Cuál es el resultado y cuáles son esos símbolos que sustentan el corazón mexicano volcado a Guadalupe? El estudio objetivo y respetuoso de un pueblo y sus creencias arrojan las respuestas, porque como -De nuevo- dice Sören Kierkegaard: “La Verdadera Fe, es la que cruza el túnel oscuro de la duda”.
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