
Podcast | La Pasión En Piedra De Rodin
Augusto Rodin cambió la forma de hacer escultura, tomó de Miguel Angel y de sus maestros la inspiración para romper con la academia y dejarnos sin aliento al mirar sus obras.
¡Y la pasión se hizo de piedra!… Cuerpos en contorsión expresan el infierno de Dante, son de bronce, contrastan con la ternura en mármol de un beso eterno:el de Francesca y Paolo Malatesta; manos, pies, torsos, mitos que se cuentan por fragmentos: son las creaciones de Augusto Rodin, el hombre de espalda anchas y nariz grande que cambió la manera de hacer arte en el siglo XIX, la escultura dejó de mostrarse perfecta para convertirse en real.
¿Quién era Augusto Rodin?
Nació en una familia pobre de París, un 12 de noviembre de 1840, desde niño mostró habilidades para las artes, pero jamás lo tomaron en cuenta. Quiso estudiar en la Academia de Bellas Artes, lo rechazaron, no una vez, sino tres. La Petit École lo recibió, era algo así como “la pequeña escuela”, la segunda opción para los que -sin mucho talento o por ausencia de relaciones- quedaban fuera del selecto grupo de la Academia.
Él se resignó, lo aceptó, aprendería… sería el mejor.
Augusto Rodin joven. Fotografía obtenida de: Museé Rodin.
1864, un revés en su vida lo hace cambiar de opinión, su hermana, que era su adoración muere repentinamente, este suceso le mueve las entrañas, se cuestiona todo. Ella era monja. Desde la mirada de Augusto, la Iglesia había perdido un alma a su servicio. Decide entonces, que él será su sustituto por lo que entra a la Orden del Santísimo Sacramento.
Pero el Prior, el padre Eynard, se entera de sus capacidades artísticas, el fundador de la orden, y quiere dejar plasmado su legado en un busto. Rodin queda exento de todas sus tareas en el convento, se dedicará exclusivamente a la creación del busto. Lo termina. El director de la orden queda satisfecho.
Rodin se cuestiona de nuevo, no puede regresar a ser novicio, el polvo de la piedra se le quedó en las manos, la pasión por crear en el corazón. mirar lo que era capaz de hacer no era suficiente,
Pero sí su necesidad de crear, no es ego, es obsesión, no quiere hacer otra cosa con su tiempo. Deja la orden, la vida del artista comienza.
En ese tiempo las escuelas o academias eran importantes, pero aún más lo era ser parte del taller de un artista reconocido, buscar a los famosos, convertirse en su aprendiz; pasar la prueba de ser aceptado y resistir las jornadas extenuantes, saberse al servicio del maestro: ese era el precio de aprender.
Albert-Ernest Carrier-Belleus, el artista del detalle, el mismo que hiciera la famosa escultura del Secuestro de Hipodamia, lo recibió. Una década trabajaría para él; las creaciones del joven Rodin mejoraban, el maestro las firmaba, el último año de ese tiempo viajó por encargo del mismo Carrier-Belleus a Bruselas, en donde fue parte de los trabajos monumentales que le encargaron, aprendió a hacerlos con destreza.
En 1872, su tiempo se había cumplido, necesitaba moverse, conocer a más artistas, seguir aprendiendo… crear. Fue entonces el momento de inspirarse, de estar cerca de Jean-Baptiste Carpeaux; la genialidad del francés para hacer las expresiones en los rostros de sus esculturas fueron la semilla en Rodin, como también lo fueron las letras del francés Baudelaire, el poeta maldito: la valentía de sus versos eróticos lo atraparon, ilustró su libro de poemas: “las Flores del Mal”; su coraje sería ejemplo, como él, se opondrá más tarde a las normas, a lo establecido, a lo que todos dicen que “debe de ser”.

“Ugolino y sus hijos” (1865-1867) de Jean-Baptiste Carpeaux.
Sin embargo, su gran influencia fue ¡el grande!, Miguel Angel, sus esculturas vividas en un viaje a Italia impregnaron a Rodin de lo majestuoso. Lo describiría así en 1876: “Miguel Ángel, fue el maestro que me liberó del Academicismo”.
Su trabajo personal comenzaría entonces con un accidente y una decisión: realizaba el busto de un hombre viejo, de arrugas marcadas y nariz desfigurada. El tiempo era frío en ese invierno de 1864: el molde en yeso se rompe, la parte de atrás de la cabeza se pierde.
Pero Rodin no la desecha, decide hacerla una máscara, la termina: la llamará “El hombre de la nariz rota”(1864). La presenta en el salón de París, que era el recinto donde los artistas emergentes buscaban ser reconocidos: la rechazan absolutamente, no por rota, sino por fea.
No por su elaboración, sino por la decisión del modelo utilizado: un hombre adulto, cualquiera, vulgar desde su mirada elitista.

“La máscara del hombre de la nariz rota” (1864) de Augusto Rodin.
En ese entonces el concepto de Arte, estaba unido al de Belleza, por eso las Bellas Artes, y los miembros de la Academia que eran cuarenta: catorce pintores, ocho escultores, ocho arquitectos, cuatro grabadores, y seis compositores musicales, todos elegidos en general por su apego a la tradición, y su puesto vitalicio. Con la soberbia de su designación cerraban las puertas a muchos y desechaban lo que se saliera de los parámetros que ellos mismos determinaban.
Rodin no se rinde, al contrario, se comienza a formar en su personalidad un manifiesto: un objetivo más allá de sólo ser artista y esculpir, el cambio en la concepción del arte nacerá de aquí. Y defendiendo su “Máscara de la Nariz Rota” declara : “El verdadero artista debe de expresar siempre lo que piensa, aún a riesgo de hacer tambalear todos los prejuicios establecidos”… y continúa diciendo “Consideran que lo feo no puede ser materia artística, quieren prohibirnos expresar lo que a ellos les disgusta u ofende de la naturaleza… Se equivocan”.
Y estaba listo y dispuesto a demostrarlo. Su siguiente obra se llamó en un principio El Vencido, por supuesto haciendo una burla porque en realidad era una escultura perfecta: de cuerpo entero y desnudo de un hombre, -modelado por un soldado belga-, dejaba ver cada músculo y facción en la armonía impecable que exigía la Academia; con la cabeza levantada en 45 grados y la mano sobre la frente, el soldado de Rodin estaba triunfante. Era lo opuesto absoluto de la Máscara de la Nariz Rota. Cuando lo presentó, estupefactos los miembros de la Academia lo consideraron (entre comillas) “demasiado perfecto”, una farsa, no podía ser posible ese manejo en bronce por un “novato”, literal su opinión dictaba lo siguiente -cito-:
“…tanta perfección tiene que ser falsa, será un ensamblado de los moldes directos del cuerpo del modelo”.
Sin embargo, además de estos académicos también existían los críticos de arte, de hecho comenzaban a tener más peso, y fueron ellos los que escucharon a Augusto Rodin defendiendo su escultura, conociendo la perfección del cuerpo y del manejo del bronce, y son éstos los que darán la vuelta de tuerca en su vida. Se dan cuenta de la veracidad de la obra y de la grandeza del artista, sus descripciones y críticas hacen que la vida de Rodin y sus oportunidades cambien para siempre: en el periódico “Estrella Belga” la describe así:
“Está prendida de una cualidad tan rara, como preciosa, la vida”.
El nombre de la escultura cambió de El Vencido a La Edad de Bronce y desde 1875 fue reconocida, junto con el “Hombre de la nariz rota” como obras maestras. El Gobierno Francés la compra y encarga al nuevo escultor “Las puertas del Infierno”. París entero se está remodelando, monumentos, avenidas, plazas y parques se salpican con obras de arte, era 1880 cuando le piden a Rodin que levante su versión del Infierno de Dante, unas puertas monumentales que serían la entrada del Nuevo Museo de Artes Decorativas, hoy el museo D’Orsay.
Los bocetos comenzaron, la inventiva y creación de Rodin se desbordaban, él mismo se corregía, quitaba y ponía elementos, justificaba los aparentes retrasos con explicaciones convincentes.
Tenía razón. Más de 10 años se llevaría en terminarla, y jamás funcionarían como puertas reales que permitieran la entrada a un museo, sino que se convierte en la obra monumental del artista que hizo evolucionar el arte al modernismo. Una sola vez en su vida la expuso, en 1900 en París como parte de su primera muestra retrospectiva, en el Pabellón del Alma, dentro de la Exposición Universal de París. Lo que Rodin hizo a lo largo de estos 10 años, fue no sólo crear “La Puerta del Infierno”, como pieza única, sino tomar a las almas hechas piedra, sacarlas de la escultura y convertirlas en personajes únicos: obras autónomas, igual de grandes, igual de poderosas.
Así tenemos por ejemplo a “El Pensador”: el hombre gigante que sentado en la parte más alta de la puerta, reflexiona mientras vigila a las almas en el infierno; el codo lo recarga en su pierna, la mano en puño sostiene su barbilla: vigila -mitad nostálgico, mitad observante- los cuerpos contorsionados habitando el infamando sin perdón; un gorro frisio, lo corona, expresa su libertad e inteligencia.

“El pensador” (1904) de Augusto Rodin.
Para Rodin es Dante, el hombre que en el siglo XIV cambió la manera de escribir y de pensar. Otro disruptor. Es su espejo, es él mismo, por eso pedirá que esta emblemática figura esté donde su tumba, resguardando su memoria: queda terminada entre 1881 y 1882. La da a conocer de manera pública en Copenhague en 1888, fue un éxito, primero la llamó el Poeta, y un año más tarde en París, El Pensador. Para 1902 se convierte en ícono universal de la democracia al agrandarla y presentarla por sí sola, para 1906 la versión en Bronce fue instalada frente al Panteón en la Capital Francesa.
Y es que esto es lo que hizo Rodin, acercar el arte y las piezas a la gente, multiplicando los moldes de tal manera que se pudieran fundir bronces originales y una misma escultura quedará multiplicada en varias versiones, todas avaladas por el artista.
Así, la vida de Rodin no se puede desligar de la creación de esta puerta, o del pensador o de las Tres Sombras que son tres “adanes” inmensos que la coronan, cada uno en una posición distinta, con un escorzo que deforma y da fuerza a su cuerpo, son las esculturas con las que Augusto da honor a Miguel Angel Buonarroti, ya que la mano derecha de uno de ellos, extiende el dedo índice en la misma posición que el Adán de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, el dedo de la Creación que se alarga para tocar el de Dios.
Con detalles así, Rodin oculta mensajes en sus esculturas, por ejemplo con Eva: primero la saca del infierno, eso ya significa para él, que no es pecadora, como la historia la ha hecho verse, y dos, logra en su diseño una combinación de sensualidad y culpa; la pieza está hecha para mirarla desde dos ángulos: en uno de ellos la posición de los brazos cubriendo el rostro y corvando el cuerpo nos recuerda a la Eva Culposa de Massacio, fresco que inspiró al mismo Miguel Angel y ahora a Rodin, para denotar la humanidad de la mujer que se expulsó del paraíso según el génesis de la Biblia; pero desde el otro ángulo, Eva levanta la barbilla, la manera de cubrirse el cuerpo es sensual, más que culposa, cargada con una feminidad adicional porque su vientre crecido nos susurra que está en cinta. Rodin y la magia de contarnos historias en piedra, su pasión se entregaba a éstas, como su ser a Camille Claudel, su alumna, su reto y su amante.
La mujer que pudo esculpir a su nivel, con quien compartió amor-sexo y desamor por diez años. Intensa, fue su pupila; pasional, su pareja y determinante para decirle adiós. Por mucho tiempo se pensó que fue Rodin quien la dejó, pero no fue así: Camille que compartía la misma obsesión por sus creaciones que Augusto, y que era de las poquísimas mujeres que en ese siglo XIX se dedicaban de manera formal al arte, quedó embarazada.
En silencio guardó la noticia de su amante, pero le impuso un ultimátum: dejar a Rose Beuret, la mujer con la que compartía su vida desde 1864, no era su esposa, él se oponía como libre pensador al matrimonio, como también se negó toda la vida a reconocer al hijo que tuvo con ella: Auguste Eugene Beuret.
Rose siempre estuvo en la sombra de Rodin, nunca fue su mujer públicamente, pero era su refugio, su cueva. Camille siempre supo de su existencia, la toleró y se dejó ser: “la otra”. Pero al quedar embarazada quiso a su amante como esposo, se lo pidió, se lo exigió. Rodin se negó, la amaba sí, pero no estaba dispuesto a dejar a Rose ni su doble vida.
Entonces Camille toma dos decisiones: 1. Abortar y 2. Dejar a Rodin. Con el corazón partido, pero con la fuerza de una leona se decidió abrir camino sola. Pero la sociedad parisina de ese siglo estaba lejos de dar la bienvenida a una mujer como ella.
Sí expuso, una sola vez. Rodin no dejaba de buscarla y ella de rechazarlo, trató igualmente de ayudarle a vender sus piezas, si ella se enteraba se enfurecía.
Sin embargo, la soledad, el rechazo social y la muerte de su padre la llevaron a quebrarse, un brote de locura y desesperación la hizo romper un gran número de sus creaciones, se exilió así misma y su hermano, que una vez la había admirado y ella impulsado, decidió entonces -por presión de su madre y conveniencia de su carrera política- encerrarla en un manicomio.
Camille necesitaba ayuda, sí, pero no olvidó. Treinta años pasó internada en el asilo mental, ni siquiera Rodin pudo intervenir por ella, sus cartas demuestran lo mismo lucidez que dolor, en las últimas escritas a su hermano decía: «No he hecho todo lo que he hecho para terminar mi vida como figura principal de una casa de salud. Merecía algo más que esto». «Reclamo la libertad gritando a pleno pulmón».
La mujer que compartió el amor y la pasión con Augusto Rodin murió en 1943, sin volver a ver el barullo de las calles y sin materiales para crear. Sobrevivió 26 años más a Rodin, quién una vez aceptada la pérdida siguió enfocado más que nunca en sus esculturas. Con Rose, se casará el último año de su vida, a las dos semanas de esa unión ella murió y poco después Augusto. A su hijo jamás lo reconoció.
Extrañas las entrañas de Rodin, y así como el infierno quedó plasmado en su grandeza con la puerta que él hizo, y el pensador como el ejemplo de libertad e inteligencia, es sin duda su escultura de El beso, donde la dulzura y el amor tomaron dimensiones sublimes.
La escena es tomada también de la Divina Comedia, del segundo canto, es la historia de dos amantes, Francesca y Paolo, que girando eternamente en el torbellino del infierno, a punto de rozarse, de besarse, el viento descomunal de su castigo los volvía a separar. Esta escena es quizás la más pintada en el arte: desde Rossetti y Durero, Ingres o Schieffer la interpretan y plasman en lienzos que hablan de amor y de traición, de castigo e injusticia.
Pero es Rodin, sin duda, quién los inmortaliza: sentados uno al lado del otro, esculpidos en mármol, se acercan, se inclinan el uno al otro: ella vencida por amor se entrega a su amado; desde lo lejos parecen besarse, pero en la grandeza de la creación de Augusto Rodin, los labios de los dos amantes no se tocan, podrías pasar una hoja de papel entre las dos bocas.
Así fue presentada la original, además la forma en la que está hecha te guía -como espectador- a girar alrededor de la escultura, te conviertes mientras observas, en el mismo torbellino del infierno, y la ternura al mismo tiempo te inunda. Sólo queda el asombro por lo que el artista, ha logrado. En ese instante el adjetivo de “genio” se escapa para describirlo: Augusto Rodin fue un genio creador.
Sí, pero si somos justos con él, no fue fortuito, sino que su éxito estuvo cargado de la inteligencia y valentía de los que no sueltan su ideología, de trabajo intenso y dedicación sin límite. Rodin cambió la manera de hacer escultura, pero sobretodo abrió la puerta para nuevas formas de crear y multiplicar el arte acercándolo a más gente, fue exigente y fue sublime. Y hoy a 180 de su nacimiento, no importa cuánto nuestras sociedades hayan cambiado, las obras de Augusto Rodin nos dejan, simplemente, sin aliento.
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Yadery
Gracias! Me encantó. Excelente trabajo.