
Picasso, Rivera Y Warhol: Una Mirada A La Niñez De Grandes Pintores
¿Alguna vez imaginaste cómo eran de niños los artistas que hoy admiramos? En este Día del Niño, te contamos cómo fue la infancia de estos pintores.
Pablo Picasso, el pequeño gigante español
Pablo Ruiz Picasso nació en 1881 en Málaga, tierra caliente de España, donde los toros y el arte convivían en la pequeña y creciente burguesía a la que pertenecía su familia. Su nombre completo era Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso. Menos mal que lo resumió a Pablo Picasso.
Su padre, José Ruiz y Blasco, era pintor. Hacía cuadros bajo encargo de las familias ricas o nobles de Málaga, Coruña y Barcelona. Se podría decir que el padre influenció al hijo. El pequeño Pablo lo ayudaba desde muy pequeño en su estudio y lo veía pintar todos los días. Sin embargo, también fue testigo de sus fracasos y de sus frustraciones económicas que llevaban a la familia a pasar dificultades.
Según narra su madre, María Picasso y López, la primera palabra que dijo Picasso fue “lápiz”. Y es que el lápiz junto con papeles de todo tipo eran su diversión y entretenimiento: su patio de juego. No quería ir a la escuela. Él solo quería pintar. La madre, fue al jardín de niños y luego a la escuela primaria a defender los sueños de su hijo: si querían tener a su pequeño, tenían que dejarlo pintar, o más bien habrá dicho algo así:
“Os ruego comprendan que Pablo es hijo de un artista, y que él lo será también, no pinta por distracción, el niño está creando”.
Y tenía razón. María Picasso guardó todos los dibujos de su pequeño Pablo hechos en ese tiempo: esbozos y garabatos, gracias a los cuales hoy podemos admirar las capacidades que ya tenía desde niño. Pintaba palomas, como su padre, y la fiesta brava que se quedará impregnada en su ser, tanto que será parte de su iconografía toda la vida.

“Corrida de toros”, 1890, Pablo Picasso.
Pablo fue creándose una mezcla de frustración y enojo contra su padre, su admiración por él se diluía. Pronto, Don José le comenzaría a exigir que se convirtiera en el mejor pintor de la Corte, le imponía al joven Pablo el respeto por las formas clásicas, justo lo que todos hacían y lo que los ricos querían. Pero Pablo tenía otros planes.
Pablo Picasso tenía una mente que quería salirse de las normas. Su madre, quien servía como mediadora entre padre e hijo, lo sabía. Pero lo cierto es que, entre celos y sueños rotos, José Ruiz lo impulsó todo lo que pudo.
Existe una anécdota que cuenta que en 1893, el joven Pablo se quedó toda la noche trabajando en un cuadro que debería entregar su padre. A la mañana siguiente, cuando Don José entró a su estudio, no podía creer lo que veía, la perfección del cuadro era clara: con apenas 11 años su hijo lo había superado. Ese día le regaló su paleta de colores, dio la media vuelta y a partir de ahí se esforzó para que Pablo pudiera estudiar en las mejores academias.
La familia se mudó a Barcelona donde el padre sería maestro en la Escuela de Bellas Artes. Aquí, pidió una beca para su hijo. Pablo tenía solamente 13 años y los jóvenes que ahí estudiaban eran mayores, casi adultos; pero con exámenes y muestras de sus dones, logra su entrada a la Escuela con el cuadro “Primera Comunión”, hecho en 1896.

“Primera Comunión”, Pablo Picasso. 1896.
La escena gira alrededor de una niña hincada a punto de recibir la Comunión; las texturas de la ropa, los detalles de los muebles y objetos de la sala, las sombras y la personalidad lograda en los personajes, dejan claro que Pablo pudo haber sido el mejor pintor de la corte, pero muy pronto se marchó, buscó su propio camino, necesitaba separarse de su padre.
De Barcelona se mudó a Madrid. La Escuela de San Fernando, cuna de los grandes pintores españoles lo recibe, pero él abandonará también ese camino. Tiempo después decide ir a París, donde los impresionistas están justamente rompiendo las reglas: su padre lo rechaza, su madre lo apoya. Él, en ese nuevo ambiente, absorberá todo hasta convertirse en lo que fue: un innovador, el padre del cubismo, y quizás el pintor mas influyente del siglo XX.
* * *
Gracias al galerista Ambroise Vollard, quien puso en él un voto de confianza, Picasso tendría su primera exposición. Lo invitó a montar una muestra individual y no se equivocó. Pablo Ruiz, el “nuevo pintor español” trabajó día y noche para lograr el número de cuadros que le exigían, y por supuesto lo logró. ¡La exposición estaba lista!
A la entrada del recinto el día de la inauguración colgaba un autorretrato: soberbio y directo. El título del cuadro era “Yo Picasso”. Cabe mencionar que por primera vez firmaba sin el Ruiz de su padre. El artista recibía de frente a los visitantes, a los críticos de arte, a sus amigos pintores, a los coleccionistas y a los curiosos que asistieron.

Autorretrato “Yo Picasso”.
Si bien es cierto que toda su vida tuvo conflictos con su padre, de madre sólo recibía miradas de admiración y apoyo, y así lo dejó plasmado en una de sus citas más famosas:
“Cuando yo era niño mi madre me decía: ‘Si llegas a ser soldado, serás general. Si cuando seas mayor eres monje, llegarás a ser Papa’. Pero en lugar de todo eso fui pintor y terminé siendo Picasso”.
Diego Rivera, el maestro del pincel mexicano
Casi contemporáneo de Picasso, Diego Rivera nació cinco años después, en 1886, en Guanajuato, México. El embarazo de su madre era de altísimo riesgo. Ya había sufrido tres abortos antes y este parto era de gemelos. Rivera contó después: que el doctor lo creyó muerto: por pequeño y escuálido; y que su madre estuvo a punto de morir igualmente en el parto; pero ambos se salvaron: él por llorar desde donde lo habían botado, ella por volver a respirar. No sabemos si esto es verdad. Como bien dice Gerry Souter, uno de sus biógrafos:
“Diego Rivera sabía mentir con mucha sinceridad”.
Lo que es cierto, y seguro, es que un parto de gemelos no debe haber sido nada fácil en esa época. Su gemelo Carlos María murió muy pequeño, al año y medio de nacidos, mientras Diego estaba grave con raquitismo. De niño sufrió otras enfermedades como: tifus, escarlatina y difteria. La vida rural, la falta de atención médica adecuada, de agua potable y la mala alimentación provocaban la muerte de los infantes.

Diego Rivera de niño.
La familia Rivera no era pobre, su padre era un hombre de buena formación, era maestro y político liberal, de “buena familia criolla”. También fue militar y sirvió en el Ejército. Diego estudiaba con él, utilizaba un nuevo método que estaba de moda en Europa conocida como “la forma de Friederich Froebel”, alemán que acuñó la palabra “Kindergarten”, para la “forma moderna de guarderías”, sosteniendo que los niños no debían de ser tratados como adultos pequeños, sino ser niños y jugar, divertirse, hacer cosas propias de su edad. Llama la atención que pintores avant-garde como Braque, Kandinsky, Klee y Mondrian fueron enseñados con este método también.
Diego fue brillante desde pequeño, a sus cuatro años, no sólo pintaba bien. ya sabía leer y escribir.
Los Rivera cayeron en bancarrota cuando su padre invirtió en la supuesta recuperación de unas minas de plata (secas) que estaban a las afueras de Guanajuato. Los capitalistas del negocio decían que podían reactivarlas, lo que no sucedió. Diego Rivera padre y María del Pilar Barrientos tuvieron que tomar medidas radicales, su opción fue migrar a la Ciudad de México: era el año de 1892, el pequeño Diego tenía seis años.
Fue María del Pilar quien vendió todo lo que tenían para pagar el transporte y tratar de encontrar un sitio para acomodarse en la capital. No necesitamos saber mucho de ella para adivinar su fuerte carácter, por encima del de su esposo. Fue ella la que sacó adelante a la familia. Después del dolor y la impotencia de sus abortos, tomó una decisión increíble que se convirtió en su misión de vida: estudió todo lo que pudo sobre obstetricia y se convirtió en una reconocida comadrona, incluso abrió su propia clínica.
Además, propició que su marido hiciera a un lado su orgullo y oposiciones políticas y aceptara el empleo que le ofrecían en el Departamento de Educación Pública. A la familia le urgía mejorar los ingresos familiares, sobre todo para apoyar al pequeño Diego. Ella nunca dejó de ver el talento de su hijo. Contradecía a su esposo con respecto a la carrera que querían que Diego siguiera. Como pintaba soldados todo el día, el padre lo quería en una carrera militar: “algo útil que saliera de sus mañas de pintar todo el tiempo”. Pero María, intuitiva y sensible, siguió su intuición, apoyó a su hijo y lo metió a estudiar a la Academia de San Carlos, donde se preparaban los jóvenes artistas de México, pero él seguía siendo un niño que no había cumplido ni los 10 años.
Después se mudaron hacia la zona de la Merced, en la capital de México, donde los colores, olores, movimiento y vida de comerciantes y clientes se impregnaron en el Diego-niño, quien también sintió en carne propia la carencia y el esfuerzo de la clase trabajadora a la que pertenecían sus padres. Por algo desde muy joven, en su carrera pintaría escenas de la gente común, de los trabajadores, del campo, y obviamente en los murales rescató a los indígenas y pueblos prehispánicos, pero las escenas de mayor expresión siempre serían las del pueblo.
Diego asistió desde 1896 a San Carlos. Se dice que logró el acceso no sólo por la insistencia de la madre, sino por el retrato que él mismo hizo de ella, la calidad superaba lo visto por lo maestros de la academia en cualquier niño. Hoy podemos admirar esta obra en el Museo Olmedo, donde se tiene expuesta como parte de sus tesoros y acervos.

Retrato de María del Pilar, madre de Diego Rivera. Retrato que hizo a los 10 años para ingresar a la Academia de San Carlos.
En un principio, el pequeño Diego asistía a San Carlos sólo en el turno de la tarde y por la mañana seguía estudiando en el Liceo Católico Hispano Mexicano:
“Me daban buena comida, y buenos libros, herramientas de educación al estilo francés. Aunque debía entrar al tercer grado, entré al sexto por todo lo que me había enseñado mi padre”, declaró en algún momento sobre su infancia y sus estudios.
Todas las tardes, camino a San Carlos, pasaba por la imprenta de José Guadalupe Posada que chirriaba todo el día e incluso de noche para tener listos sus cartones; Posada se convertirá en su artista héroe e influencia.
Después de un año de escuela en dos turnos y conseguir una beca, entró de lleno a San Carlos. Seguía siendo un niño, pero pintaba ser el más grande de sus alumnos.
Diego tomó pronto su estilo y su camino, con más precaución que Picasso, porque él si acaba su tiempo de estudio y formación en San Carlos. Querrá nuevos horizontes: viajar a Europa y continuar su preparación allá. Dos veces le negaron la baca para irse y ahora fue su padre, siempre empujado por su madre, el que le ayudó a conseguir el apoyo de Teodoro Dehesa, Gobernador de Veracruz, quien ya había sido su benefactor en otras ocasiones.
El funcionario, después de ver su trabajo y reconocer su potencial, lo becó con una pensión del Estado por $300 pesos al mes. Con esa promesa, el joven Rivera se lanzó al viejo continente, claro que lo ayudaron otros pintores como Dr. Atl, quien organizó una venta de sus cuadros, con lo que lograron pagar el pasaje en el barco. Diego Rivera llegó a Santander el 6 de enero de 1907.

“Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, 1947, Diego Rivera.
Muchos años tendrían que pasar para que volviera a México, frustraciones y aprendizajes hasta que en 1921, pasada la Revolución, José María Vasconcelos lo buscó en Italia, le pidió y ofreció al mismo tiempo regresar: había que pintar la historia del país. Entonces, 80% de la población no sabía ni leer ni escribir y así los muralistas convertirían en ejemplo y maestros, en los nuevos narradores de la historia: Diego Rivera, Siqueiros, Orozco, Jorge González Camarena, quienes lo hicieron con maestría.
Andy Warhol, el artista del cabello plateado
De nombre real Andrew Warhola, era el más pequeño de los hijos de la familia Warhola. Era hijo de inmigrantes eslovacos instalados en Pittsburgh. Nació el 6 de agosto de 1928, en una colonia de la ciudad de Pittsburg que era más parecida a un guetto europeo que a la comunidad anglosajona que la rodeaba. Todos hablaban esloveno, vivían como eslovenos, comían y rezaban como en su antiguo hogar.
Uno de los más claros ejemplos de una madre valiente que cría a hijos poderosos es Julia Warhola, la madre de Andy. Inmigrante, pobre y sin educación. Fue su dedicación, amor y fe en en su hijo lo que lo llevó a convertirse, entre otras circunstancias y esfuerzos, en el artista más importante del pop-art.
Julia era bordadora y fue quien descubrió y salvó a su hijo, ya que Andrew fue afectado a los ocho años por la enfermedad neurológica conocida como Baile o Mal de San Vito, que le provocaba movimientos involuntarios en las manos, entre otras reacciones. Abandonó por largas temporadas la escuela, no sólo por la burla aguda que le hacían sus compañeros, sino que llegó a tener más de 13 ataques severos antes de cumplir 15 años. Sin embargo, el arte y la pasión por los artistas (los famosos de Hollywood) floreció en este tiempo.
Su madre lo cuidó siempre durante su enfermedad. Le llevaba sus primeras acuarelas y pinturas acrílicas, recortes y materiales para hacer collages. Cada creación tenía un premio: un chocolate Kiss para el pequeño Warhol. Esta costumbre del chocolate, años después se convertiría en su obsesión por el plateado que se ve varias veces reflejada en sus obras.
Andy Warhol quería ser famoso. Algunos dicen que nadie estudió tanto el concepto de fama como él. Creador, consumidor y crítico de la fama y fanático de Shirley Temple, este artista empaquetó y vendió la marca Andy Warhol como un producto más de la sociedad de consumo. Y lo hizo tan bien, que los quince minutos de fama, a los que tiene derecho todo el mundo, le duraron décadas. Pintar y seguir las revistas y noticias de los famosos de los años 20 se volvieron su actividad favorita.
El arte lo salvó de niño y de adulto. Sus lecciones comenzaron a los nueve años en el Carnegie Institute, hoy Carnegie Museum of Art. Eran gratis y su madre lo inscribió, asistía todos los sábados. Tomó todos los que pudo.
Su padre también lo miró y reconoció su talento. Cuando murió en 1942, dejó instrucciones para que sus ahorros, que eran pocos, fueran directo a la educación de su hijo menor. Andy tenía ya 14 años y le fue tan dolorosa la muerte de su padre que por tres días no dejó de llorar. Después, ese mismo año, dolido por la muerte y marcado por la enfermedad (sufrió una despigmentación de su piel y el adelgazamiento de su cabello), entró a Schenley High School, donde se graduó en 1945 para después ingresar al Carnegie Institute for Technology (hoy el Carnegie Mellon University). Aquí estudió diseño pictórico, algo así como diseño gráfico.
Apenas terminó sus estudios y se mudó de Pittsburg, no había más que hacer o que crear ahí, él lo tenía claro: sería artista, sería famoso y muy, muy rico.
Warhol decidió irse a Nueva York y dedicarse al arte, en concreto a la ilustración publicitaria y comercial, con la que comenzó a ganar muy buen dinero. Tiempo después, se convirtió en el director de arte mejor pagado en toda la Gran Manzana.
Su fama comenzaba, su riqueza también, ahora tendría que ser artista, y lograr que los galeristas, críticos y colegas lo reconocieran. Con su experiencia en publicidad, empezó a mostrar productos de consumo masivo, como latas de sopa Campbells’ y botellas de Coca-Cola en sus obras, y posteriormente empezó a trabajar sobre personas que eran productos en sí mismos, como Marilyn Monroe, Elizabeth Taylor y Elvis Presley.

Marylin, Lata Campbells’ y banana de la portada del disco de Velvet Undergorund, por Andy Warhol.
La relación con su madre, al igual que su personalidad, siempre fue controvertida y extraña. Un día de 1952, su mamá se mudó con él sin previo aviso a su mansión en Nueva York y vivieron juntos hasta la muerte de ella en 1972. A partir de la llegada de Julia, creció el éxito de Andy en la publicidad. Ella se encargaba de todo lo cotidiano y mundano: las compras, la comida, su salud. Andy dejó tener pareja mucho tiempo antes, frente a las decepciones amorosas se negó ese dolor.
La mancuerna con su madre, aunque bizarra, funcionaba. También se dice que no dejaba de avergonzar de alguna manera a Andy el estilo tan “europeo pasado de moda” y el mal inglés de su madre. Sin embargo, le era conveniente y la amaba… sabía que le debía mucho. Julia tenía también dotes artísticas, ganó un par de concursos a los que ingresaba para rotular portadas de discos con su letra.
Los artistas necesitan mucho apoyo para salir adelante en un mundo que siempre o casi siempre se les presenta complicado. Sin lugar a dudas, si la primera de esas miradas, de aprobación y fe, de esfuerzo y diligencia la tienen en casa, esto les permite sortear las frustraciones con más facilidad y sus retos pueden ser tomados con mayor fuerza y valentía.
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